Un día antes, en la Gran Sala de la fortaleza de Deza…
La puerta se cerró y la estancia quedó en un sepulcral silencio durante unos instantes, hasta que la voz de la Barragana lo rompió con chirriante estridencia.
No puede ser que este vejestorio sepa algo… es imposible.
Lo sabe, – respondió Laínez – lo he visto en su mirada. Lo sabe.
Mosén Osorio es un hombre muy perspicaz, pero incluso para él, sin prueba alguna, es imposible que pueda averiguar nada. – intervino el de Ólvega. – Laínez… esos patanes que te sirven… ¿han hecho bien su trabajo?.
Eso da igual, si alguien estorba lo quitamos de en medio como a Vizmanos. Me encargaré personalmente de ello, descuida. – dijo con arrogancia el sargento. Don Pedro le miró fijamente con sus pequeños ojos, sin mostrar emoción alguna y sin mediar palabra, durante unos segundos. Al momento se incorporó de la silla y se enfrentó a Laínez. La diferencia de estatura entre uno y otro era significativa, siendo el sargento una cabeza más alto que él, pero las palabras del administrador enfriaron el caliente ánimo del oficial.
Laínez… Puede que permita que forniques con mi esposa…
La piel del sargento comenzó perlarse por el sudor nervioso y Fernanda se retiró hasta la ventana perdiendo su mirada en el horizonte.
Puede que creas que tienes algún tipo de mando o poder por que permito que actúes a tu libre albedrío. Pero recuerda esto, yo te elevé al pedestal donde te encuentras, y puedo hacerte caer de él en cuanto desee.
Sin más, don Pedro se giró y dió la espalda a Laínez, alejándose hacia la puerta con paso lento ante la colérica mirada de este. – Cerciórate de que esos dos hicieron bien su trabajo. – Dijo antes de salir de la Sala.
La Barragana, que conocía perfectamente el explosivo carácter del Sargento, se había acercado sigilosa a él y, posando suavemente la mano en su espalda, trató de aplacar la ira que crecía dentro de Laínez.
Sosiega querido… sosiega… – dijo susurrando en su oído mientras pegaba su cuerpo a la espalda de Laínez. – Solo tienes que obedecer de buen grado, y tendrás todo lo que desees.
Laínez se giró y tomo a la Barragana por las caderas.
Te deseo a ti. – dijo antes de tomar su boca con la suya. La mujer tras un beso apasionado, se apartó del soldado fríamente.
A mi me tienes Laínez. Pero debes solucionar el asunto que se te ha mandado. Escúchame, esos dos rufianes, han estado frecuentando mucho estos días la taberna que hay en el pueblo.
La Raya de Castilla – aseveró Laínez.
Si… – continuó hablando la Barragana – Ha llegado a mis oídos que han estado abusando de la bebida y que han frecuentado mucho a una ramera en especial, una que no recuerdo como la llaman. García, cuídate de que esos dos no se hayan ido de la lengua.
No lo creo, por su bien, no lo creo -dijo Laínez pensativo. – De todos modos ellos no están en Deza en estos momentos. Los he enviado a realizar un trabajo al otro lado de la frontera. No tardarán en volver…y entonces, hablaremos largo y tendido. Tendrán que explicarme…
García… -dijo ella haciéndolo callar posando un dedo en sus labios – Recuerda que tú eres importante… ellos no. – Terminó de hablar Fernanda con los labios muy cerca de los de él.
El día de San Martín, en las caballerizas de la Fortaleza de Deza…
Deseando estaba de llegar, tengo el trasero lleno de llagas. Ese camino por Los Romerales es tortuoso. – Dijo Gracián quejicoso, mientras desenjaezaba su montura.
Deja de lamentarte y date friegas con ruda en esas posaderas tuyas Gracián, que esta noche verás de nuevo a la navarra y no querrás que te note dolorido. – Respondió entre risotadas Ramiro.
¡Cierto! – sonrío Ramiro. – Aquella moza de Bordalba no le hizo ni una brizna de sombra a nuestra “navarra”. Como gritaba la muy…
Ya era hora de que regresarais… ¿todo en orden? – interrumpió un recién llegado Laínez.
Si sargento, todo en orden. – Contestó con premura Ramiro – Ya hemos pasado por el molino y le hemos dejado todo a Don Luis.
Gracián sonrió grotescamente a las palabras de Ramiro y Laínez le espetó molesto – ¡¿Y a ti que hostias te pasa?!
Me acordaba de su mujer… la linda Rosalía – contestó Gracián mudando su gesto de inmediato.
Dejaros de estupideces y baladronadas – dijo secamente Laínez. – Tengo otro asunto que tratar con vosotros. ¿Qué hicisteis con el cuerpo del Capitán? – Gracián y Ramiro se miraron
¡Diantres! ¿Queréis contestar? ¿O preferís que os saque la información a base de badila? – Grito Laínez impacientándose
Lo tiramos al Hoyo del Diablo – dijo nerviosamente Ramiro, descolocado por la pregunta y la sombría actitud de su jefe.
¿Qué hicisteis que? – el Sargento no daba crédito – ¡ Pero si allí van todos los villanos de Deza!.
No en estas fechas señor, ahora solo la frecuentan las alimañas, que darán buena cuenta de sus huesos – dijo Gracián.
Todo tipo de alimañas, estúpidos patanes – bramó Laínez – Quiero que me llevéis allí.
¿Ahora? – dijeron al unísono Ramiro y Gracián.
¡Inmediatamente, y ni una queja quiero escuchar, ya tendréis tiempo de descansar si es que os lo permito!.
Se encaminaron al paraje llamado Hoyo del Diablo, al que llegaron al cabo de una hora. Cuando bajaron de los caballos se acercaron al borde de un precipicio que daba al lugar.
¿Y bien? – preguntó impaciente Laínez.
Tenemos que bajar, seguramente las bestias habrán dado cuenta ya de él – dijo Ramiro. Pero cuando llegaron a la zona baja no encontraron ni rastro de los restos del Capitán.
¿Dónde está? ¿Dónde está, Ramiro? – dijo nerviosamente el supersticioso Gracián. – Lo dejamos aquí, y algún resto debería haber. – Miró a Laínez y vociferando concluyó – El viejo Vizmanos ha regresado del otro mundo para vengarse de nosotros… Por Aristóteles… quiere venganza…
¡Deja de decir tonterías Gracián¡ – atajó Ramiro que no las tenía todas consigo.
¿Qué demonios habéis hecho condenados ineptos? ¿Acaso os habéis ido de la lengua? ¿Os lo ha sacado esa furcia? Si… no me miréis así, conozco todo lo que hacéis.
Los dos se miraron confundidos y fue Ramiro quien tomó la palabra intentando salvar el pellejo dado el cariz que tomaba el asunto. – Este borracho de aquí que cada vez que bebe habla más que una vieja en un velorio. Deberíamos cortarle la lengua.
¿Cómo dices Ramiro? – preguntó Laínez mientras observaba a Gracián.
¿Quieres decir que este palurdo habló de este asunto en público?.
¡Eso es mentira maldito bastardo! – gritó rabioso Gracián, mientras empuñaba su espada mirando al sargento.
Quita la mano de ahí – dijo Laínez justo antes de que Ramiro, que se había situado tras el nervioso Gracián lanzara un tajo mortal hacia la yugular, sesgando el cuello de Gracián que cayó fulminado al suelo embarrado, envuelto en un reguero de sangre. Ramiro y Laínez se quedaron mirando el cuerpo del desdichado Gracián, que todavía tardó unos segundos en emitir su último aliento, ente estertores y bocanadas de sangre.
¡Hecho! – dijo Ramiro limpiando la daga en su tabardo – este maldito bocazas ya me estaba hastiando.
Laínez fijó entonces su vista en la daga ensangrentada que portaba en la mano Ramiro y contestó a este.
¿Acaso te he ordenado que lo mataras?.
Estaba empuñando la espada, os estaba amenazando… pensé…
Pensaste demasiado – dijó Laínez amenazante – ¿Crees que ese cretino llegaría acaso a rozarme? Y… esa daga… es la de Vizmanos. – Afirmó.
Si… me la quedé. – Ramiro, desconfiado, comenzó a separarse del sargento.
Alguien podría haberla reconocido, estúpido – dijo Laínez que se aproximaba poco a poco al villano.
No te acerques maldito aragonés – bufó Ramiro mientras Laínez desenvainaba su acero.
¿Quién más sabe lo del Capitán aparte de vuestra fulana? – Ramiro miró aterrado al sargento sin decir nada – Da igual que no hables, porque a ella la sacaré todo… de buena gana – Con un ágil movimiento atravesó con su espada el tórax de Ramiro, que quedó prácticamente ensartado en ella, vomitando sangre por la boca. Laínez acercó su cara a la del agonizante Ramiro.
No me arrastraréis con vosotros, bellacos. Y retorció su espada hasta sentir el último hálito de vida de este.